El león hambriento

Todos los testigos presenciales consultados coincidían en que el huracán había arrasado con Pinar del Río, por lo cual creí que no encontraría nada en pie al llegar a esa zona en los años 80 del siglo pasado para hacer un reportaje con las brigadas de linieros de Villa Clara que acudieron a apoyar en la recuperación.

Efectivamente, mientras nos acercábamos a la más occidental de las provincias, era mayor el número de árboles, postes eléctricos y telefónicos caídos por doquier o quebrados en la parte inferior, así como viviendas que daban la impresión de haber sido golpeadas por una gigantesca mandarria.

Al indagar dónde estaba la brigada villaclareña, un lugareño que evidenciaba ser un aventajado en materia de meteorología nos explicaba dónde estaban los reparadores y agregaba la información de por qué esa zona había sido la más devastada.

Tan atento y amable como el primero, fue el segundo guía que se ofreció a ir hasta el mismo lugar donde estaban los electricistas, pero que resultaron ser cienfuegueros y no eran los que buscábamos para hacer el reportaje.

Quédense y coman algo con nosotros –invitó un trabajador de la Perla del Sur- porque cuando lleguen hasta donde están los de Villa Clara ya habrá pasado la hora del almuerzo, y allí no habrá quedado ni donde amarrar la chiva.

Hicimos el reportaje, pero a tres décadas de lo ocurrido, recuerdo todavía los razonamientos del cienfueguero cuando dije: “Todos esos postes se cayeron menos uno, y a las únicas casas que quedaron en pie les faltan pedazos menos a aquella. ¡Qué raro está eso!”

Nada de extraño –dijo para empezar su filosófica explicación- porque no tiene nada raro que cuando el león tenga hambre, salga a cazar, y a los únicos que se coma sea a los más débiles que él.

Mire, el ciclón es como el león hambriento, y esas casas y esos postes son como los animales que persigue para tragárselos, y solo podrá agarrar a los postes que pusimos mal o fabricaron mal, y lo mismo pasa con las casas, que si están construidas como para resistir las ventoleras, se reirán de los peces de colores.

Mientras me ofrecía una bandeja y una botella de agua, convidó  a sentarnos en un pedazo de poste que formó parte de una base que no pudo ser arrancada.

Estamos sentados –dijo- en un poste que fue bien puesto por los eléctricos, que le dieron la profundidad adecuada e hicieron todo correctamente, pero la falla estuvo en que la planta de prefabricado hizo algo, o mejor dicho, no hizo lo que tenía que hacer para que tuviera resistencia en todo el cuerpo. ¡Y por eso, se lo comió el león!

Esas casas de tabla y guano que están sanitas –agregó- están en un lugar correcto para que los árboles o las lomitas que hay por aquí las protegieran de los vientos e hicieran que las ráfagas fueran menos violentas.

Aquellas otras –señaló- de mampostería y placa deben estar bien construidas y a lo mejor sin saberlo, las hicieron en un buen lugar, porque fíjate que ni las ventanas ni las puertas se les rompieron.

Y los árboles que están en pie -advirtió- tienen raíces profundas, sus troncos son resistentes y con cierta flexibilidad para que los vientos no los partan.

“Si nosotros ponemos bien los postes, el próximo león no se los comerá por muy hambriento que venga”, finalizó al recoger mi bandeja y despedirnos para dedicarse a su faena.

Sin saberlo, aquel liniero de Cienfuegos estaba dando ejemplos de lo que actualmente conceptualizamos como Tarea Vida.